jueves, 16 de agosto de 2007

EL SEÑOR





Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte.
Los valientes prueban la muerte sólo una vez.
William Shakespeare (1564-1616)
Escritor británico.

La muerte es una vida vivida.
La vida es una muerte que viene.
Jorge Luis Borges (1899-1986)
Escritor argentino.




En 1979, mis padres, previa revisión minuciosa del presupuesto familiar y previendo gastos propios de escuela, uniformes y todo eso que a los padres les ocupa y preocupa, tomaron una decisión definitiva y definitoria: ya no podemos rentar, nos vamos al terreno del abuelo.

Cambiar de residencia (es un decir) implicaba ir del norte al oriente de la Zona Metropolitana; trasladarse de la cercanía con la familia materna a la colindancia con los parientes paternos. Toda una odisea, toda una hecatombe. A mis cuatro años, la adaptación vino de golpe, como dice un periodista mexicano de origen judío polaco: fui un niño pobre, pero nunca me di cuenta.

Crecí al lado de mis hermanos y mis primos hermanos, si es que no es la misma cosa. Evolucionamos, nos la creímos, el abuelo nos mantuvo a raya al tiempo que orientaba nuestra educación a fuerza de recomendaciones, regaños, consejos y sobre todo inspiración.

Nuestros padres observaban a distancia la mítica y accidentada convivencia entre todos los primos, más de una decena de niñas y niños que al ritmo de las rondas infantiles y los juegos propios de la edad compartían el patio central que unía todas las casas, en todas las fiestas, en todos los detalles.

La cultura del esfuerzo nos fue inyectada, constituyó sin lugar a dudas el mejor suplemento alimenticio que complementaba las deficiencias en el menú en cada una de las mesas: la de mi siempre solidaria Tía Lola, la del entrañable y extrañable Tío Adolfo y la de Don Jaime y su familia.

Mis primos han sido cómplices, artífices, colegas, indudables compañeros.

A todos, a cada uno, nos inculcaron valores fundamentales en la familia: el respeto, el apoyo, el trabajo en equipo. Cada quien ha sido responsable de su crecimiento, de la defensa de sus particulares y a veces escatológicos sueños.


Mi primo hermano Ricardo, tercer hijo de mi Tía Lola y de mi difunto Tío Licho; la primera, hermana mayor de mi padre y el segundo, primo hermano de mi madre, digamos que la sangre y el carácter se entremezclaron de una forma más común que lo normal.

A Rica, el Tlacoyo, lo recuerdo como un ejemplo de respeto, el defensor de las jerarquías, del esfuerzo; su nobleza trascendió y motiva a cada uno de nosotros, los primos, sus primos. Para nosotros siempre fue El Señor, porque el tuteo lo dejaba para mejor ocasión. Ni siquiera lo ocupaba en las discusiones futboleras, ni siquiera cuando estaba indignado.

A principios de julio de este año, recibí un mensaje escrito, de esos de celular: Vamos al periférico, parece que Rica tuvo un accidente. Mi hermano asumía el rol del portador de noticias. No pude prestar en ese momento mucha atención, mi clase de las 7 de la mañana apenas comenzaba. Romina, mi alumna de primera fila se hizo cargo del teléfono, si llega un mensaje, me avisas de inmediato, le pedí amablemente; la clase continuó, había que hablar de empresas y emprendedores. La realidad nacional, por difícil que esta sea.

A las 7:18 llegó el mensaje esperado, pero muy inesperado. Lo atropellaron, no hay nada que hacer, se nos fue nuestro tlacoyito… No tengo mucho más que decir, de pronto todo en mi familia se aceleró, cambió. La cosmovisión se transformó, todo ha sido duda, silencio, todo ha sido extrañar, todo ha sido extraño.

Vulnerabilidad por riesgo igual a desastre. Vulnerabilidad cero, desastre cero. Vaya fórmula tan utilitaria. Fortaleza parece ser el antídoto, pero esa no la venden en las farmacias. El abuelo, los tíos, mis papás, los primos, mis hermanos, los sobrinos. Juntos en las buenas, en las malas, en las muy buenas, en las muy malas.

La semana pasada hablé ante tres auditorios distintos, compartí mi particular percepción acerca de equipos, de líderes, de orden, respeto y jerarquías, de motivación y de inspiración. Pinto autorretratos porque soy lo único que conozco (Frida Kahlo Dixit)

Como dice la canción de un famoso grupo texano: Cada triunfo, cada aplauso son suyos también, y estás lágrimas, son pensando en él. La vida sigue, ¡a darle!, la fortaleza se construye día a día.

Buen resto de semana.

Chau


JNMH