sábado, 2 de febrero de 2008

DÍAS DE PAGO




Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht (1898-1956)
Dramaturgo y poeta alemán.


Yo no sé quien fue mi abuelo;
me importa mucho más saber quien será su nieto
.
Abraham Lincoln (1808-1865)
Político estadounidense.




La fría mañana del pasado 2 de enero acudí presto a una cita, de esas memorables, de esas citables. Abrí la puerta de la casa paterna, saludé con un aire familiar, alcancé a escuchar:

- ¡Hijole!, y ahora cómo nos vamos a ir. Preguntó el Abuelo preocupado
- Tali nos va a llevar, respondió mi Papá ocupándose de la situación.

Entonces fue que los vi, de pie, listos, uno al lado del otro, saludé al Abuelo, aludiendo el ritual acostumbrado, con respeto, con aprecio, con admiración, con un leve ánimo festivo, la costumbre desde hace ya varios años es cobrar la pensión todos los días primero de cada mes, para ello se trasladaba desde su lugar de origen, desde su frecuente y literal punto de partida.

- ¡Viniste! Exclamó el Abuelo con su sonrisa inconfundible y su mirada a tono con el suceso; como siempre, como toda la vida.

- Si Abuelo, vamos por la limosnita. Respondí mientras le facilitaba el acceso al auto.

Limosnita; Así llamaba el abuelo a la cantidad que puntualmente le era depositada en su cuenta bancaria, esa que alcanzaba para sufragar todos y cada uno de sus gastos, de acuerdo a la programación que a conciencia determinaba cada mes.

Nos encaminamos, el Abuelo, mi Papá y yo, charlamos acerca de variados tópicos, política nacional, política local, el fin de año, el inicio de otro, los ciclos, las partidas, los nuevos escenarios, de todo lo que se pudo, de todo lo que nos acordamos. En la oficina de pensionados, firmó el acuse de recibo de su talón de pago, Don Jaime ocupó el lugar en la fila mientras el Abuelo y yo aguardamos en el auto, para cubrirnos del frío, para esperar nuestro turno.

Antes de salir de la oficina de pensionados del GDF, nos sentenció: tengo que venir el 6 de febrero a pasar Revista, si no me ven, ya no me pagan estos cab…

Fuimos al banco, lo invité a desayunar a mi casa, me otorgo tal privilegio, estuvimos un rato, reconociendo juntos, el nuevo escenario.

Vamos al centro, es enero, hay que comprar el Calendario del más Antiguo Galván. Era la siguiente estación del tour; como cada año, supusimos Don Jaime y yo. Hay que llevar al Jefe me pidió mi padre. Sin dudarlo, allá nos fuimos. Reconocimos el Zócalo, conocimos la pista de hielo más grande del mundo, eludimos grúas mordelonas al acecho, compramos tres calendarios. Uno me lo encargaron, otro para tu papá y uno para la casa, ordenó el Abuelo, Don Jaime, feliz, aceptó el obsequio de su Jefe.

Regresamos a la casa paterna, el Abuelo agradeció los traslados, al siguiente día partiría para Oaxaca, como cada mes desde hace varios años.

Los días subsecuentes transcurrieron lento, la rutina en la familia obligaba preguntas recurrentes, ¿cómo sigue el Abuelo?

Había caído en cama desde su regreso a las tierras de Juárez; doctores, curanderos, comadres, compadres, familiares, amigos, todos, muchos, procuraron bienestar para ese hombre de 87 años, en correspondencia con lo que él a lo largo de su vida ofreció a todos, a cada uno.

El 16 de enero mandó llamar a todos sus hijos, giró órdenes, peticiones, recomendaciones. Continuó poniendo en orden cada detalle de su vida, atendiendo la justicia repartió bienes y parabienes.

El sábado 19 viajé a Oaxaca, me despedí, le expresé mi gratitud, mi admiración, mi respeto, le deje claro que él constituye mi mejor raíz, que los apellidos ayudan, que las herencias genéticas son, en mi caso, las más valiosas. Me escuchó, me miró, habló poco, con dificultad, las señas, sin embargo, fueron exactas.

El domingo 20 me despedí, repetí cada uno de mis argumentos, le dije que las misiones cumplidas engrandecen y orientan a los que siguen. Le dí un abrazo, un beso en la frente, salí de su recámara, justo cuando iba a cruzar el umbral de la puerta me alcanzó a decir: nos vemos el 31, hay que ir por la limosnita.

Hoy, justo a las 7 de la mañana recordé: tendríamos que estar firmando en la oficina de pensiones. El Abuelo ya no está, falleció el jueves 24. Vinieron entonces los homenajes póstumos, los recuerdos fugaces, los hubieras, las guardias de honor, las flores, las veladoras, las visitas de ocasión.

Considero que las palabras en vida son más efectivas y gratificantes que las oraciones retroactivas. Ni hablar Abuelo, se le va a extrañar en el pase de Revista, pero se dice por ahí, que la muerte es sólo un cambio de misión.

Es obligatorio, dar frutos a las raíces.

Buen fin de semana.

Chau