jueves, 19 de febrero de 2009

LA REUNIÓN




Sábado 14 de febrero


Joaquín se levanta del asiento, hace ya tres horas que se resguarda en su propio silencio, en su hermética melancolía. No participa activamente en la charla de sus amigos de escuela; hacia ya seis años que no los frecuentaba, tal vez por eso a cada recuerdo común, a cada anécdota contada por Ruth -la más bulliciosa del añejo clan 13- él sólo responde con una sonrisa mustia, tímida y hasta ausente.

Camina despacio pero firme, con ese aire de autosuficiencia que aún se percibe en los pasillos de la Facultad de Comercio. Va directo hacia la mesa de servicio, una estación común colocada estratégicamente junto a la ventana, ese vitral tan famoso que da a la calle principal de este paradójico barrio antiguo de la ciudad: la célebre calle Miravalle; zona de hoteles, escuelas de idiomas, cafés de chinos, bares bohemios, casas de citas y tres oficinas de gobierno.

Cerca de ahí, hace varios años en los tiempos de escuela, cuando él y Alejandro aún eran los mejores amigos, se habían escapado de clases y asistieron junto con todo el clan -recién bautizado con el número de grupo en la universidad- a una función de estreno en el viejo cine metropolitano, fue entonces cuando conocieron la vieja casona del barrio antiguo; ese día todo el clan se detuvo a admirar la belleza de la construcción y tranquilamente, sin obligaciones a cuestas y sin someterlo a juicio sumario, se quedaron por tres horas sentados en una jardinera del lado sur, a platicar de todo, a reír de nada, a soñar despiertos, a jugar… a perpetuar el tiempo.

¡Qué épocas aquellas! Cuando todavía los sueños eran compartidos, cuando las promesas de amor eterno y de amistad inquebrantable se validaban a cada paso y en cada broma estudiantil.

Es tiempo de prepararse el sexto café de la noche, la velada parece que será larga; esta rara reunión de todos aquellos viejos amigos fue improvisada y sorpresiva; pero… ¡qué diablos! ya estaba ahí, en medio de cursis nostalgias y de juveniles añoranzas. No podía marcharse, por lo menos no hasta que llegara Alejandro.

Esta tarde de sábado, justo llegaba a su departamento de soltero después del club, alrededor de las seis de la tarde; era muy raro que el teléfono timbrara, su vida en exilio no era compartida ya por mucha gente, sólo llamaba eventualmente la portera del edificio, su mamá los domingos después de misa y Sonia, la joven compañera de oficina, cuando el marido se disgustaba con ella; es por eso que le pareció tan extraño que alguien quisiera encontrarle.

Renegando y maldiciendo, más por costumbre que por voluntad contestó; se trataba de Claudia, su gran amor de escuela, su pareja por tres años, su ex esposa desde hace dos. “Incompatibilidad de caracteres” se leía en el acta de divorcio, pero para todos era sabido que no hacia falta casarse para confirmarlo, quizá el matrimonio fue el primer paso de su anunciado destino.

- ¿Joaquín?

- Si, ¿quién habla? Respondió él, como si al oír su voz no se hubiera puesto en alerta y a la defensiva, como para reiniciar batallas, preparar fusiles, recordar agravios, cómo siempre, cómo toda la vida…

- Soy yo, Claudia, perdón que te moleste, pero quiero avisarte que Alejandro nos espera esta noche en la casona colonial de Miravalle y Abasolo, en el viejo barrio del centro, ya avise a todos los demás charolas del clan; pero… ¿sabes dónde localizar a Martha y a Pedro?, desde que se casaron no sé nada de ellos.

- Hoy es 14 de febrero, dijo Joaquín con una voz seria, sin llegar a la molestia, -tan natural en él desde el primer día de clases- ¿Acaso celebraremos el día del amor? dijo en tono sarcástico, para luego agregar: Alejandro y yo no cruzamos palabra desde 97 ¿no lo recuerdas? -ahora si con cierto dejo de molestia-

- Lo sé, no hace falta que lo digas, pero hoy es diferente, allá sabrás porqué, te suplico localices a Martha y a Pedro, ellos siempre fueron más tus amigos y recuerda, en Miravalle y Abasolo, en el barrio antiguo, José y Faby pasarán por mi a casa de mamá, calculo que llegaremos como a las nueve. Te pido por favor no dejes de ir, hazlo por todos esos momentos que vivieron tú y Alejandro, este día es especial, es tiempo de olvidar rencores, te prometo que no tocaremos el tema de la separación, ni nada que tenga que ver con la repartición de bienes y de culpas.

- Sinceramente no sé a qué, no te prometo nada, pero yo le llamo a ese par. Pedro y yo seguimos viéndonos en el club, Martha debe estar en casa, esperan su segundo bebé, y tal parece que el embarazo es de alto riesgo, deberías frecuentarla, ustedes eran amigas y nada teníamos que ver en ello Pedro y yo… De cualquier modo te haré el favor de llamarles, finalizó Joaquín con su inconfundible tono lleno de soberbia, su armadura favorita.

- Gracias Joaquín, por favor no faltes.

- Ok, adiós

Junto al vitral, y rodeados de hermosos floreros con nueve tulipanes cada uno, Martha y Claudia charlan en voz muy baja, parece insuficiente la noche para ponerse al tanto de los sucesos más relevantes en casi tres años de forzada lejanía, tenía razón Joaquín, ellas eran amigas, y nada tenía que ver la accidentada amistad entre sus parejas. Aunque la historia marital era del dominio público, hacían falta los detalles, el porqué de la separación, por qué un segundo bebé, por qué truncar el posgrado en finanzas internacionales, por qué dejar los sueños en manos de terceros…

Joaquín pasa junto a ellas y le dedica un esbozo de sonrisa a Martha; la felicita por el embarazo y justamente le pregunta por la maestría, la beca en Inglaterra y por esa oferta de empleo en el consorcio mueblero.

Claudia se aparta discreta, dirige la mirada al clásico cuadro de Diego Rivera en la pared contraria, aprieta los dientes con enojo, le había prometido a su “ex” no dar pie a otra batalla.

Martha sólo se sonroja, baja la mirada, sus ojos se humedecen, no puede contestar; ni siquiera ella sabe la respuesta. Pedro, su esposo, los observa desde el otro lado de la sala, él podría contestar, pero no es momento para quitarse la etiqueta de pareja ideal con la que se presentan en infinidad de eventos sociales.
Aunque Martha ya no labora en el Banco Nacional, donde llego a ser Directora de Finanzas Corporativas, aún acompaña a Pedro a los eventos tan aburridos como necesarios por su nuevo puesto de Gerente de Fondos de Inversión. Hace nueve años iniciaron juntos su carrera bancaria como encargados de ventanilla en sucursal.

Mientras Joaquín se prepara el café, justo en la tercera cucharada de azúcar, advierte que todos los presentes se ponen de pie y se dirigen a la puerta, ¿habrá llegado Alejandro? -se pregunta- pero espera, no cree que deba apresurarse. En el momento indicado se acercará y le dirá unas cuantas palabras, terminará con esto y se irá de nuevo a su departamento. Así lo dicta el protocolo, además después de tanto tiempo, no hay mucho que decir.

Pero no se trata de Alejandro; la mayoría regresa a sus lugares, a las anécdotas, al trago de coñac, a mover el café con desgana hasta enfriarlo, y los más a retomar sus cigarrillos de los ceniceros de fino vidrio cortado.

En este momento hace su entrada triunfal a la sorpresiva reunión Manuel, el compañero de parrandas de Alejandro, casado desde hace un año y avecindado en una ciudad porteña del pacifico, no veía al clan reunido desde la majestuosa recepción de fin de cursos.

Después de dos horas de vuelo, un disgusto conyugal y un permiso forzado del gerente de región había llegado a este evento no agendado, aunque, evidentemente, sabía que era único e irrepetible.

Faby, otra camarada del clan, se acerca a la mesa de servicio, en voz baja, con un tono muy parecido al de la intriga, pero de buena fe pregunta: ¿vendrá Renata? Claudia y Martha se miran desconcertadas, no pueden evitarlo, las tres sabían que Alejandro y Renata se habían distanciado definitivamente apenas dieciocho meses atrás, nadie sabía los motivos, su ruptura fue tan abrupta como el inicio de su amor en los primeros semestres de la universidad, además Renata se había mudado a la frontera norte del país, definitivamente era imposible que viniera, a pesar de la fecha, a pesar del evento, a pesar de que se tratara de Alejandro.

Dos horas después, al filo de la media noche, Manuel era dueño de la situación, su plática era amena y llena de detalles, Joaquín tomaba de la mano a Claudia -prometieron omitir las batallas, pero no los reencuentros- Ruth estaba más jocosa que nunca, Pedro y Martha juntos pero distantes, el clan 13 como en los viejos tiempos. De pronto todos guardan silencio, otra vez se dirigen en grupo a la puerta. ¡Ha llegado por fin Alejandro!

Música de fondo, flores suficientes, más coñac, más gente…

Ahí estaba el amigo enigmático, el fiel escucha de voz pausada y leales sonrisas amables; sólo él podría reunirlos en una fecha tan especial.


Alejandro... como en los viejos tiempos una vez más era el blanco de las miradas; aquí estaba en la vieja casona del barrio antiguo; impávido, en silencio, ataviado con un elegante traje oscuro, frente a casi todo el clan 13 reunido –faltaba Renata y se notaba- en una fecha tan especial: el día del amor y la amistad.

Nadie se atrevía a decir palabra alguna, transcurrieron veintisiete segundos exactos, entonces todos dirigieron de nuevo su mirada hacia la puerta principal, ¡otra sorpresa!

Una figura conocida, un rostro sereno, el brillo inconfundible de sus ojos: era Renata.

De inmediato llego hasta donde estaba Alejandro, los demás observaban invadidos por un respetuoso silencio; ahora si… todas las piezas en su lugar.

El clan 13, reunido nueve años después.

Todos deseaban, sin embargo, que el mortal accidente aéreo de Alejandro, anunciado esta mañana en el norte del país, fuera una maldita broma.

miércoles, 4 de febrero de 2009

LO MEJOR




El tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos.
Henry F. Amiel (1821-1881)
Escritor suizo.

Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro.
Graham Greene (1904-1991)
Novelista británico.



Este es el día, es real, no lo imaginé; o bueno… si, si lo imaginé, es más, lo soñé y lo mejor es que creo se va a materializar -como la mayoría de los sueños- sentenció mi lado más optimista. De inmediato hurgué en mi mochila roja, ese recipiente de mis caprichosos recuerdos; después de un fugaz recorrido por mis años, por fin encontré la fotografía que prometí llevar a la reunión.

Ya no habito en Neza, pero las raíces siempre afianzan, retienen, determinan. Ahora, más que nunca, nos obligan a regresar, a rendirle tributo al original punto de partida.

Nosotros, los de entonces ya no somos los mismos… Es tan corto el amor, es tan largo el olvido… Maestro Neruda, cuánta y tanta razón en sus saberes y en sus sabores.

Reprobé bimestres en Español, Ciencias naturales y Ciencias sociales, con Navarrete, Toral, y El Carnicero… obtuve uno de los más bajos promedios en mi vida escolar pero el más determinante conjunto de directrices que formaron mi particular proyecto de vida. Aprobé el examen de música interpretando a medias una melodía clásica con la no menos clásica flauta Yamaha; delineé trazos nerviosos en el Taller de Dibujo Técnico.

Por gritón, espero que no sólo por eso, fui solista en dos concursos de poesía coral (¡fusiles y bayonetas, ahogan en sangre a la libertad!); por mis raíces oaxaqueñas participé en el homenaje a Don Benito Juárez, en una representación con alumnos de todos los grupos. Recibí amenazas por aquello de la Carta de buena conducta, al final creo que sigue en la mochila roja, no sirvió nunca para nada más.

Al llegar al VIPS de Villada, los nervios estaban a todo lo que dan, un paso al frente o la graciosa huída y dar por teléfono un infantil pretexto, esas eran las alternativas, cual si fuera la primera cita en la adolescencia. La memoria suele ser tan exquisita como fatalmente dolorosa.

Di el paso, a eso iba, para eso me prepare por años.

Ahí estaban ya mis amigos, Jesús, el Diablo, el Cheroquee, Maribel, Elvira, Boche, Diana, mi comadre Gloria, Elvira de Jesús, Betty, King, Salvador… Los abrazos, las lágrimas, los suspiros, la certeza de que se puede volver a vivir, la más clara muestra de que existen instantes que en realidad, son para siempre… cursi pero inolvidable como un sincero recado de secundaria.

Poco a poco llegaron: el Wero ¡desde Monterrey! el looby del Vips simulaba una sala de llegadas nacionales en el aeropuerto, las cosas valen no por lo que son, sino por lo que significan. El desfile continuó: Claudio, Jorge, Villegas, Raúl, Cristina, Juan, Olea, Rosalba, Sandro; el grupo se fue reuniendo, ante las miradas y los comentarios curiosos de los presentes, algunos de mis amigos nos convidaron a sus familias, logrando con ello que esta comunidad se fortalezca.

Hurinda, ella siempre estuvo ahí… confirmando que uno no muere sino es con el olvido.

Desayunamos, charlamos, movimos las mesas, por fin encontramos acomodo, como en nuestras vidas o en la mayoría de ellas. Las fotos, los recuerdos, las preguntas indagatorias, el comportamiento casi adolescente (mío, lo acepto) platicamos de lo que se pudo, de lo que el tiempo permitió.

Dicen que lo único permanente es el cambio, aunque creo que hay cambios que nos hacen permanentes. Eso paso con mis amigos de secundaria, de la siempre heroica Tellpuchcalli, del mítico 3°A. De los ochentas, de ese 1985 en el que compartimos juntos el Sismo justo a las 7:19 de la mañana, justo en medio de nuestra clase de Educación Física, a pocos días de conocernos, creo que eso fue lo que nos fortaleció de tal manera que esta mañana, en nuestro primer gran reencuentro, nos notamos cada vez más fuertes, cada vez más juntos.

Los terremotos siempre acomodan.

Y pagamos la cuenta, los del VIPS respiraron aliviados, los comensales volteaban, quizá se preguntaban… y ese grupo de dónde será.

Diana y Bety se disculparon, tenían que atender compromisos. Se declararon listas para la que sigue. En marzo, seguramente en marzo.

La siguiente estación fue un clamor unánime: vamos a la escuela, para las fotos.

Recordé uno de esos cortejos fúnebres en los que se dice con mucha melancolía: si hubiera… Afortunadamente, no era así, mis amigos de secundaria y yo matamos esa posibilidad, nos encaminamos en caravana a nuestra amada Tellpuch. A reconocer la escenografía que enmarcó nuestra adolescencia.

Jesús y el Diablo, esa mancuerna tan conveniente, no sabemos cómo pero lograron el acceso por unos minutos.

Uno a uno fuimos pasando a nuestra Secu, reconocimos el salón de cada una de las materias que atinadamente nos formaron y nos deformaron; los talleres, rincones propicios para las tribus y las camarillas; recordamos el nombre y el mítico apelativo de nuestros maestros; atravesamos el patio central; empatamos nuestras nostalgias, nuestras historias, nuestras vidas.

Creo que ningún otro lugar en esa escuela merece ser cuna común de nuestros recuerdos, el salón de la histórica y legendaria Osa. Esta vez sin funda para la paleta, sin uñas recortadas, pelo acomodado y zapatos boleados, sin cuadernos forrados con hule cristal y sin espiral. Sin puntos menos por cada este; sin metano, etano, propano, butano, pentano, hexano, heptano, octano, nonano… ni enanos ni penanos. Esta vez sólo treintañeros con los ojos brillantes y brillosos.

Cada uno tomó su lugar, por equipo, orientados tan sólo por nuestros subconscientes, no obstante, a ciegas llegaríamos de cualquier modo. Extrañé a Selene y a Norma, mis grandiosas compañeras con las que compartí ese salón por dos años, uno de ellos sin cruzar ni una sola palabra, en aras de un conflicto y malentendido conflicto existencial de la adolescencia, esta vez las extrañé tanto como esos días.

Y tomaron más fotos, y hablamos, y planeamos y nos juramos que nunca más nos íbamos a separar. Este juramento fue en silencio, justo cuando todos al mismo tiempo callamos, como para traer en ese momento a los ausentes, porque… el silencio no es ausencia.

Nos despedimos, satisfechos por la misión cumplida, por la oportunidad aprovechada, fortalecidos por la coincidencia que inicio un día de septiembre hace veintitantos años.

Lo mejor, el haber reunido a más de la tercera parte del grupo.

Lo mejor, haber reconocido y recibido tantos abrazos y sonrisas en una sola mañana.

Lo mejor, saber que uno cuenta con otras personas y que otros cuentan contigo.

Lo mejor, lo mejor, lo mejor…

Lo mejor es saber que pronto nos volveremos a ver.