miércoles, 4 de febrero de 2009

LO MEJOR




El tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos.
Henry F. Amiel (1821-1881)
Escritor suizo.

Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro.
Graham Greene (1904-1991)
Novelista británico.



Este es el día, es real, no lo imaginé; o bueno… si, si lo imaginé, es más, lo soñé y lo mejor es que creo se va a materializar -como la mayoría de los sueños- sentenció mi lado más optimista. De inmediato hurgué en mi mochila roja, ese recipiente de mis caprichosos recuerdos; después de un fugaz recorrido por mis años, por fin encontré la fotografía que prometí llevar a la reunión.

Ya no habito en Neza, pero las raíces siempre afianzan, retienen, determinan. Ahora, más que nunca, nos obligan a regresar, a rendirle tributo al original punto de partida.

Nosotros, los de entonces ya no somos los mismos… Es tan corto el amor, es tan largo el olvido… Maestro Neruda, cuánta y tanta razón en sus saberes y en sus sabores.

Reprobé bimestres en Español, Ciencias naturales y Ciencias sociales, con Navarrete, Toral, y El Carnicero… obtuve uno de los más bajos promedios en mi vida escolar pero el más determinante conjunto de directrices que formaron mi particular proyecto de vida. Aprobé el examen de música interpretando a medias una melodía clásica con la no menos clásica flauta Yamaha; delineé trazos nerviosos en el Taller de Dibujo Técnico.

Por gritón, espero que no sólo por eso, fui solista en dos concursos de poesía coral (¡fusiles y bayonetas, ahogan en sangre a la libertad!); por mis raíces oaxaqueñas participé en el homenaje a Don Benito Juárez, en una representación con alumnos de todos los grupos. Recibí amenazas por aquello de la Carta de buena conducta, al final creo que sigue en la mochila roja, no sirvió nunca para nada más.

Al llegar al VIPS de Villada, los nervios estaban a todo lo que dan, un paso al frente o la graciosa huída y dar por teléfono un infantil pretexto, esas eran las alternativas, cual si fuera la primera cita en la adolescencia. La memoria suele ser tan exquisita como fatalmente dolorosa.

Di el paso, a eso iba, para eso me prepare por años.

Ahí estaban ya mis amigos, Jesús, el Diablo, el Cheroquee, Maribel, Elvira, Boche, Diana, mi comadre Gloria, Elvira de Jesús, Betty, King, Salvador… Los abrazos, las lágrimas, los suspiros, la certeza de que se puede volver a vivir, la más clara muestra de que existen instantes que en realidad, son para siempre… cursi pero inolvidable como un sincero recado de secundaria.

Poco a poco llegaron: el Wero ¡desde Monterrey! el looby del Vips simulaba una sala de llegadas nacionales en el aeropuerto, las cosas valen no por lo que son, sino por lo que significan. El desfile continuó: Claudio, Jorge, Villegas, Raúl, Cristina, Juan, Olea, Rosalba, Sandro; el grupo se fue reuniendo, ante las miradas y los comentarios curiosos de los presentes, algunos de mis amigos nos convidaron a sus familias, logrando con ello que esta comunidad se fortalezca.

Hurinda, ella siempre estuvo ahí… confirmando que uno no muere sino es con el olvido.

Desayunamos, charlamos, movimos las mesas, por fin encontramos acomodo, como en nuestras vidas o en la mayoría de ellas. Las fotos, los recuerdos, las preguntas indagatorias, el comportamiento casi adolescente (mío, lo acepto) platicamos de lo que se pudo, de lo que el tiempo permitió.

Dicen que lo único permanente es el cambio, aunque creo que hay cambios que nos hacen permanentes. Eso paso con mis amigos de secundaria, de la siempre heroica Tellpuchcalli, del mítico 3°A. De los ochentas, de ese 1985 en el que compartimos juntos el Sismo justo a las 7:19 de la mañana, justo en medio de nuestra clase de Educación Física, a pocos días de conocernos, creo que eso fue lo que nos fortaleció de tal manera que esta mañana, en nuestro primer gran reencuentro, nos notamos cada vez más fuertes, cada vez más juntos.

Los terremotos siempre acomodan.

Y pagamos la cuenta, los del VIPS respiraron aliviados, los comensales volteaban, quizá se preguntaban… y ese grupo de dónde será.

Diana y Bety se disculparon, tenían que atender compromisos. Se declararon listas para la que sigue. En marzo, seguramente en marzo.

La siguiente estación fue un clamor unánime: vamos a la escuela, para las fotos.

Recordé uno de esos cortejos fúnebres en los que se dice con mucha melancolía: si hubiera… Afortunadamente, no era así, mis amigos de secundaria y yo matamos esa posibilidad, nos encaminamos en caravana a nuestra amada Tellpuch. A reconocer la escenografía que enmarcó nuestra adolescencia.

Jesús y el Diablo, esa mancuerna tan conveniente, no sabemos cómo pero lograron el acceso por unos minutos.

Uno a uno fuimos pasando a nuestra Secu, reconocimos el salón de cada una de las materias que atinadamente nos formaron y nos deformaron; los talleres, rincones propicios para las tribus y las camarillas; recordamos el nombre y el mítico apelativo de nuestros maestros; atravesamos el patio central; empatamos nuestras nostalgias, nuestras historias, nuestras vidas.

Creo que ningún otro lugar en esa escuela merece ser cuna común de nuestros recuerdos, el salón de la histórica y legendaria Osa. Esta vez sin funda para la paleta, sin uñas recortadas, pelo acomodado y zapatos boleados, sin cuadernos forrados con hule cristal y sin espiral. Sin puntos menos por cada este; sin metano, etano, propano, butano, pentano, hexano, heptano, octano, nonano… ni enanos ni penanos. Esta vez sólo treintañeros con los ojos brillantes y brillosos.

Cada uno tomó su lugar, por equipo, orientados tan sólo por nuestros subconscientes, no obstante, a ciegas llegaríamos de cualquier modo. Extrañé a Selene y a Norma, mis grandiosas compañeras con las que compartí ese salón por dos años, uno de ellos sin cruzar ni una sola palabra, en aras de un conflicto y malentendido conflicto existencial de la adolescencia, esta vez las extrañé tanto como esos días.

Y tomaron más fotos, y hablamos, y planeamos y nos juramos que nunca más nos íbamos a separar. Este juramento fue en silencio, justo cuando todos al mismo tiempo callamos, como para traer en ese momento a los ausentes, porque… el silencio no es ausencia.

Nos despedimos, satisfechos por la misión cumplida, por la oportunidad aprovechada, fortalecidos por la coincidencia que inicio un día de septiembre hace veintitantos años.

Lo mejor, el haber reunido a más de la tercera parte del grupo.

Lo mejor, haber reconocido y recibido tantos abrazos y sonrisas en una sola mañana.

Lo mejor, saber que uno cuenta con otras personas y que otros cuentan contigo.

Lo mejor, lo mejor, lo mejor…

Lo mejor es saber que pronto nos volveremos a ver.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Lo mejor" sin duda es poder leerte, querido Amigo; tu sensibilidad y coherencia en cada palabra escrita me tienen cautivada. Sin duda, me declaro tu admiradora. En marzo estaré pegada a ti jajaja...

sakurali dijo...

Lo mejor corazón, es haberte conocido, lo mejor es haberte encontrado y lo mejor son los dados de Dios o los dedos de de Dios es igual.Besos