lunes, 14 de mayo de 2007

LA HITLER

El maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno
el deseo de aprender está tratando de forjar un hierro frío.

Horace Mann(1796-1859)
Educador estadounidense.



En las vísperas del cuarto semestre en la universidad, se nos indicó cómo debíamos inscribirnos al siguiente ciclo lectivo, la dinámica era apegarse en atención al promedio de calificaciones que cada uno tenía anotado, mas que en la boleta, en la mente y en el ego joven de aquellos ayeres. Un diez de promedio me permitía ciertos lujos y yo los aproveché, cómo de qué no.

Los privilegios son los privilegios, pocos son los elegidos, al menos eso dicen las curiosas playeras propagandísticas de los hoy y siempre Magníficos Perros del Mal. No es por presumir, pero a mi me tocaba hacer lo propio en el primer bloque, en la primera etapa, sólo cinco minutos para ubicarse en el grupo con los mejores maestros, en el mejor horario y al lado de los mejores compañeros, si es que lo mejor existe, ahora lo sé, ahora lo comprendo.

Por los pasillos, durante muchos años se oía la recomendación de los alumnos mayores, de los que antecedían al semestre que iba corriendo. Métete al grupo de la Hitler, es la mejor maestra de la escuela, es bien “perra”, pero si aprendes…

Vaya apelativo: La Hitler…

El primer día de clases nos dio indicaciones poco menos que militares, grupos de cinco alumnos, exposición programada de un tema de acuerdo al plan de estudios vigente; hombres: saco y corbata, mujeres: traje sastre y zapatillas; sólo uno pasaba al frente a dar la explicación del tema, ella determinaba quien, por lo mismo todos debíamos dominar el tema.

Por aquello del orden, su orden, ubicó a cada alumno en un pupitre determinado, el salón de clases comprendía seis filas de diez asientos. Nomenclatura exacta, de la fila A a la F, del asiento uno al diez. Las coordenadas era el número de lista. A mi me tocó el B5, segunda fila, quinta banca. No sé cómo, pero siempre ahorrábamos tiempo, el rigor era cosa de todos los días, no por nada era la materia de Procedimientos.

¿Quién cumple años hoy? Era la primera pregunta en cada sesión, no faltaba la festiva coincidencia, aún no entiendo la razón, pero al instante nos ponía en coro a cantar Las Mañanitas, cual cántico castrense. La disciplina alcanzaba matices extremos, revisiones sorpresa en el aseo personal, de la vestimenta y del calzado.

Las correcciones exactas y oportunas al hablar en público, al expresarse, al escribir, al responder. Lilia Olga Varela, ese es su nombre, nos enseñó mucho más que procedimientos, dejo una huella que a la fecha puede comentarse en la oficina de cualquiera de sus ex-alumnos y en las cada vez más nostálgicas reuniones de los universitarios ochentenos y noventeros.

A su clase llegábamos algunos minutos antes, un día uno de esos compañeros que se enteran de todo lo más trivial y por lo mismo lo más importante, nos dijo: hoy es cumpleaños de la maestra, cooperemos cinco pesos y le vamos a comprar unas flores a San Ángel. La respuesta fue inmediata, unánime y en el estricto orden que La Hitler nos había inculcado, desde el A1 hasta el F10, cada uno entregó su aportación. Dos de mis compañeros atendieron el encargo, asumieron el riesgo de que por un retraso la inclemente mentora les impidiera el acceso a la clase.

¿Quién cumple años hoy? Fue el saludo acostumbrado, nadie respondió, no entonamos las Mañanitas, ella, por supuesto se abstuvo de mencionar el propio onomástico. Minutos más tarde llegaron mis compañeros, ella no permitió la entrada, ellos de cualquier modo irrumpieron; nos pusimos de pie, le aplaudimos, una enorme canasta de rosas rojas se depositaron en su escritorio, le cantamos finalmente la canción de los festejos. La Hitler,se sentó y lloró.

Pasado el momento de la sorpresa, se paró al frente, nos miró y nos contó: mi marido murió el año pasado, no tuvimos hijos, él respetó mi apostolado, mi entrega por la docencia. Antes de morir me dijó: “nunca dejes de dar clases y siempre llegarán tus rosas” mis flores favoritas son las rosas rojas, gracias compañeros. El nudo en la garganta fue una condición general, el instante emotivo se sello magistralmente, la clase continuó, el equipo nueve tenía que exponer, el deber es primero, alcanzó a decir.

La Hitler nos inspiró, por lo menos sé de uno, que sigue recibiendo rosas poliformes todos los días.

¡Felicidades! Anónimos héroes eternos.

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