Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía,
sino hacer de él alguien que no existía.
- John Ruskin -
El Maestro mediocre cuenta,
el bueno explica y el superior demuestra.
Pero el gran Maestro inspira.
- William Ward –
En agosto de 1998 mi compañero y buen
amigo Che Luis llegó molesto hasta la sala de Maestros. Su enfado era
evidente; se notaba en su rostro incrédulo, en su mirada fija y en el andar
agitado de su regordeta figura.
-
¿Qué
tienes? – le pregunté –
-
Es
que… ¡no es posible! – Respondió molesto, mientras bebía agua – Me dan sólo alumnos
que no saben…
Bertha, la Maestra de inglés y yo sonreímos
abiertamente ante tal reclamo inocente.
-
Precisamente
por eso vienen -tratamos de explicarle- porque no saben...
Es que son bien “piedras” -alcanzó a decir antes
de dar un sorbo más a la botella de agua y expirar fatigadamente-.
A pesar de las palabras del Profesor Rodríguez,
sus alumnos lo apreciaban y admiraban su capacidad para contagiarles sus ganas
de aprender y ese espíritu de esfuerzo compartido, heredado a él por
generaciones.
José Luis y sus familiares son originarios de un
pueblito de Tlaxcala, sus padres le enseñaron mucho más de lo que se aprende en
las aulas. Mi amigo sólo vino a confirmarlo a la Capital; las enseñanzas
fraternales fueron su mayor fortaleza en la etapa universitaria y sin duda
también en su faceta docente.
Un año más tarde, durante un fin de semana murió
el padre de mi amigo, por mucho su mejor Maestro. José Luis no faltó a sus
clases, su labor como escultor debía continuar.
Recibir piedras, entregar nuevas figuras, crear
y utilizar moldes, imaginar, creer y crear… esa es la labor de un Maestro.
Decía José Martí, gran personaje cubano, que
nadie le enseña a nadie y que nadie aprende solo. Por ello aprovecho la ocasión
para agradecer de algún modo a todos aquellos que motivan mi aprendizaje y que
con su sola presencia me enseñan nuevos significados y nuevos predicados de la
realidad.
Compartamos… saberlo y enseñarlo es saberlo dos
veces.
JNMH