viernes, 10 de mayo de 2013

PUNTO DE PARTIDA







Para el hombre que tuvo una buena madre, 

todas las mujeres son sagradas.
 Johan Paul Richter

Los hijos son las anclas que sujetan a la madre a la vida.
 Sófocles




En las vísperas del día de las madres, en el lejano 1983, la maestra Fidelfa, quien meses más tarde fue nombrada directora del plantel, nos daba instrucciones precisas, habría que comprar materiales varios para que en las próximas clases elaboráramos una canasta con flores de alambre en colores vistosos.

Por supuesto, aquella indicación quedaría en un ingenuo secreto que no se  revelaría bajo ningún motivo; habría que buscar quién nos ayudará a comprar el material necesario, sin que nuestras mamás se enteraran; y así fue, una amiga de la maestra recolectó el dinero que cada uno pudo aportar; una cantidad adicional, producto de nuestras ventas en la cooperativa escolar se agregó también;  seguramente nuestra maestra puso el resto.

Desde unas semanas antes al 10 de mayo de ese año, nuestras bancas de escuela se convirtieron en las mesas de trabajo de un infantil taller artesanal, los resultados, sin embargo, no eran los esperados, ninguno de nosotros teníamos habilidades sobresalientes en el terreno de las manualidades ornamentales. Los avances eran escasos, el desperdicio del material era constante, pero el ánimo permanecía intacto.

Al tiempo de nuestra aventura creativa, ensayábamos la poesía coral, con la que el 4° “A”, se haría presente en el festival tradicional. Todos unos artistas, en pleno. La intensidad de nuestras voces al unísono, aniquilaban la métrica y el ritmo, pero la intención era lo que contaba.

En uno de esos días de arduo trabajo, apareció la regordeta maestra de quinto año, charló en voz baja con la nuestra, volvió la mirada hacia algunos de nosotros, mirándonos de arriba hacia abajo, como si escogiera novio para sus hijas. La petición fue expuesta, necesitaban refuerzos masculinos para completar el elenco en el bailable que presentaría el grupo de 5° “A”, y bueno… nuestra fortuna no pudo ser mayor, tres de mis amigos y un servidor fuimos los elegidos, un acto más en nuestra abultada agenda artística.

De regresó a casa avisé a mi madre de tal golpe de suerte, ella tuvo que alargar el de por si escaso presupuesto familiar, al siguiente día me llevo al mercado para comprar todo el ajuar necesario para la polka norteña: pantalón, camisa y hasta un par de botas que usé sólo dos veces en mi vida.

Un día antes del festival, las flores de alambre no habían sido terminadas, la maestra nos pidió terminarlas en casa, y llevarlas al siguiente día, nos repartió el material necesario y esa era nuestra tarea.

Esa noche, mi madre se percató del atraso en mi asignación escolar, del desperdició de material, producto de mi escasa habilidad, y por aquello de las prisas junto con mi papá me ayudaron a finalizar no sólo mi canasta de flores, sino también la sorpresa.

Durante la poesía coral, recuerdo haber dado mi mejor esfuerzo, apuré mi cambio de vestuario y bailé un ritmo norteño como nunca más lo he hecho, sabía que ella me estaba mirando y escuchando; la observaba de reojo, miré la canasta de flores entre sus brazos, esa que yo inicié y al que ella le dio el toque final.

Reconozco en mi madre mi mejor punto de partida y el mejor de mis sentidos.

Felicidades a todas aquellas mujeres excepcionales, cuyo esfuerzo no puede pagarse con una canasta de flores a medias, un arrítmico baile lleno de esfuerzo, o una poesía gritada.

Para todas ustedes, lo mejor de lo mejor, ustedes son la vida misma.

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